(Maribel González, salesiana) La mañana del 14 de noviembre de 1877, Don Bosco y M. Mazzarello están en el puerto de Génova para despedirse, confortar y enjugar las lágrimas que ellos mismos contienen. La Madre Mazzarello visita litera por litera, para asegurarse de que no les falte nada a las hermanas en las incomodidades del viaje. Después, como si el corazón sintiera la necesidad de darse sin medida a sus hijas, les habla a todas juntas y las lleva a Don Bosco que les dice palabras inspiradoras y eficaces.
Las hermanas parten con un equipaje especial: mucha fe en Dios, alegría para anunciar el amor de Jesús, humildad para acoger nuevas costumbres y una nueva cultura, disponibilidad para vivir sacrificios, sabiendo que el bien puede llevar la cruz y el martirio, con la convicción de que cuando Dios pide, lo pide todo (Cronohistoria II 276-291).
Qué cuadro, qué foto, qué momento especial lleno de ternura, de alegría, de esperanza que nos toca el corazón.
Así fue el día que marcharon las primeras Salesianas hacia América, era en 1877. Fueron 6 jóvenes que, sin saber hacia donde iban solo sentían la fuerza de Dios que las llevaba por mundos nuevos para llevar su amor. No sabían qué encontrarían, ni como sería, ni como se comunicarían, solo tenían el corazón confiado dispuestas a ser signos y expresión del amor de Dios por las niñas y jóvenes: este es nuestro estilo como salesianas. ¡Cuánta valentía, decisión y coraje para llevar a cabo este camino!
Este trocito de la historia del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora me toca mucho por dentro, porque me hace recordar cuando sentí el llamamiento a marchar como misionera.
Llamamiento a marchar como misionera
¿Hacia donde? No importaba el lugar, por qué sabía que allá encontraría a Dios ‘mi tierra prometida’. Era igual el país, las costumbres, la realidad social, la lengua. Y una vez llegué a Angola sentí que era aquel mi lugar, que era allá donde Dios quería que fuera mediadora para anunciar su Reino. La primera imagen la guardo en la retina y en el corazón. Del aeropuerto a la casa provincial vi a un niño que se estaba bañando en un charco sucio en medio de una calle donde pasaban los coches.
Es imposible explicar la vocación de la misión ad gentes, nace por dentro como una semilla que va creciendo sin darte cuenta y que un día se despierta y con su fuerza te empuja para salir fuera de tu casa, de tu tierra a la tierra que Dios te tiene preparada.
Serían muchas las experiencias, las vivencias, las anécdotas, las palabras que surgirían de mi corazón para compartir con vosotros la vida en Angola, pero quizás haría que os quedarais en la periferia, en aquello que es superfluo, solo deciros que cada día tengo más certeza de que Dios nos estima, que soy la mujer más afortunada de la tierra por haber vivido todo el que he vivido, por haber conocido tanta gente, por haber estimado y haberme dejado estimar.
Estimar y dejarse estimar
Uno de los primeros recuerdos que vienen al corazón fue un día vino un joven catequista a nuestra casa para poder hacer un trabajo que teníamos que hacer, acabamos muy tarde, y cuando lo iba a despedir le dije «Isaac me sabe muy mal, pero no te puedo acompañar, vas solo, atención» y él respondió » Irmã Maribel no voy nunca solo, siempre voy con Dios». Fue una lección que no he olvidado, y cada día que pasa doy gracias por la presencia de Dios que nos acompaña y da fortaleza para andar.
Otro recuerdo, una niña pequeñita de unos 7 años Maizinha, estaba un día en la catequesis y vino una hermana para visitarnos de Roma, saludó y le preguntó “Maizinha ¿dónde crees que está Dios?» ella miró sonriente y dijo segura y convencida «Dios está na can prazinha» su madre vendía verduras en una plaza pequeñita del barrio, donde pasaba la mayor parte del tiempo, ella lo había entendido muy bien porque Dios está donde estamos, donde vivimos y con lo que hacemos, no hay que hacer grandes actas sino vivir la cotidianidad con la certeza de su amor.
Domund 2022
El evangelio de este Domund 2022 nos ha invitado a mirar más allá, a preguntarnos cómo miramos a la gente que tenemos a nuestro alrededor, os invito y me invito a pedir una mirada como la de Jesús, y un corazón como el suyo que llegue a las fronteras más recónditas del mundo, sabiendo que Dios es nuestra esperanza hoy y siempre. Un fuerte abrazo.