Fray Eduard Rey, Presidente de la URC. Acto de apertura de la 84 Asamblea de la URC
Un cartel con la aspiración de ser “visibles y poderosas”
La visibilidad es esencial para naturalizar y crear referentes. Esta frase forma parte de un tipo de “catequesis” que el Ayuntamiento de Barcelona ha instalado por las calles con ocasión de las fiestas del “Orgullo” que se celebran este mes. Se puede ver en varias pancartas de estas que cuelgan de las farolas. Se trata de pancartas que enuncian un contenido. No convocan a ningún acto concreto, incluso dan por entendido la vinculación con la celebración concreta de “la orgullosa Barcelona” que anuncian otros carteles muy coloreados. El lema es lesbianas poderosas y visibles.
Esta declaración de principios sobre la visibilidad de las lesbianas va acompañada de fotos. Por el que leo en Google, se trata de lesbianas reales que han participado en esta campaña. Su imagen no destaca por nada especial. En una de las fotos se dice incluso que es lesbiana, aunque no lo parezca. A pesar de que el enunciado escrito habla de la visibilidad, las imágenes han sido elegidas precisamente para transmitir la sensación de normalidad, de no distinguirse visiblemente. ¿De qué visibilidad se trata, pues? Yo diría que en el fondo se trata de una visibilidad que no es tanto de la imagen en sí como de la palabra y del gesto. De esta visibilidad nos dice la “catequesis” municipal que es necesaria para naturalizar y crear referentes.
La pregunta por la visibilidad cristiana
No quiero entrar ahora en si la función del Ayuntamiento tiene que ser “catequizarnos” ni menos aún a discutir el contenido concreto de estos carteles. Si me ha llamado la atención este discurso sobre la visibilidad, seguramente es porque ya hace tiempo que me preocupa qué tiene que significar para nosotros cristianos el ser visibles. La visibilidad entra en la propia definición de la Iglesia como sacramento, signo visible de la realidad invisible de Dios. ¿La vida religiosa, como uno de los iconos, imágenes o parábolas vivas de la Iglesia, puede renunciar a la visibilidad? Pero, si no puede renunciar, ¿de qué visibilidad se trata? El propio evangelio nos muestra que estamos ante una cuestión compleja. Si las parábolas de la sal o de la levadura parecen querer invitarnos a disolvernos en la masa (no de cualquier manera, sino como lo que la hace subir o lo que le da el gusto), las de la luz en un lugar alto y del pueblo encima de una montaña parecen decirnos que Dios también espera de nosotros la visibilidad, que le hagamos visible a Él.
La visibilidad sirve para naturalizar y crear referentes, nos dice el cartel de la calle. La visibilidad que se nos pide a nosotros también tiene que crear referentes, o (mejor dicho) tiene que apuntar hacia el único referente verdadero, que es Dios mismo hecho visible en Cristo. No sé hasta qué punto se trata, pero, de naturalizar. En el momento en qué Dios se hace visible, más bien tiende a poner en cuestión lo que espontáneamente nos parece natural o normal. En un mundo donde hablar de Dios es cada vez más extraño y donde se considera que, en todo caso, la experiencia religiosa es un sentimiento puramente individual inexpresable (es decir, invisible), la visibilidad de la Iglesia y, por lo tanto, de la vida consagrada, tiene que ser la visibilidad de un gran interrogante al final, la imagen más visible de Dios según nuestra fe es la muerte pública, casi mediática, de Jesús en la cruz. En una sociedad religiosa, Él cuestiona lo que pensamos espontáneamente de Dios. En una sociedad que ha dejado vacío el lugar de Dios, Jesús se erige como el gran interrogante, el signo visible de que hay un amor que vale más que la vida.
Sinodalidad y visibilidad de Dios como referente
Es necesario, pues, en primer lugar, que no demos por sentado Dios en nuestras vidas y en nuestras comunidades. Somos hombres y mujeres de nuestro tiempo, del tiempo que no tiene palabras ni gestos para hacer visible a Dios. Hace falta, pues, que nos esforzemos siempre para que nuestras comunidades, nuestros encuentros, sean espacios donde sea posible hablar de Dios, de Dios de Jesucristo. Creo que este tiene que ser uno de los elementos básicos de la sinodalidad que el Santo Padre quiere que vaya aconteciendo actitud habitual en la Iglesia. Los medios de comunicación, como no podía ser de otra manera, han subrayado otras cosas, interpretando que aquello esencial es lo que hace referencia al reparto de la responsabilidad o del poder. Pero en el corazón del camino sinodal hay la voluntad de que la Iglesia sea un lugar donde se hable. Y esta habla tiene que ser, antes de que nada, hablar de Dios. Me parece que en el momento en que en la Iglesia sepamos compartir nuestra experiencia de Dios en comunidad, no será difícil que también en la toma de decisiones o en el discernimiento de los caminos del futuro todos, pastores, religiosas y religiosos, seglares, realmente andemos juntos.
Los religiosos tenemos una experiencia importante en compartir en este sentido. Desde aquellas asambleas de ancianos al desierto de Egipto hasta nuestros actuales capítulos, con todas sus variantes, sabemos lo que significa crear espacios donde se pueda hablar. También a nivel intercongregacional, querría destacar de una manera especial la Reunió de Abats i Provincials (RAP), con más de cincuenta años de camino, y el grupo Anawim. Se trata de encuentros con un profundo tono de gratuidad, que suelen incluir eucaristía, comida y algún momento de recreación juntos, además del diálogo donde vayamos desgranando coloquialmente diferentes temas que nos pueden afectar o preocupar. En la RAP, acostumbramos a empezar con un “in memoriam”, donde recordamos a los religiosos que han muerto desde el último encuentro. Recordando sus vidas, vemos los rastros de santidad en nuestras comunidades, hacemos visible el paso de Dios. En la última asamblea de la URC se nos habló también de los encuentros que se hacen en algunos barrios y comarcas, con el mismo tono de valorar el encuentro y la celebración. A menudo me pregunto como hacer que las propias asambleas de la URC, salvo los aspectos estatutarios y de organización, puedan adquirir más este tono.
Una reflexión que me hago últimamente es como evitar, cuando se ocupa un lugar como el de provincial, quedar demasiado centrado en los temas de gestión de personas y de cosas. No sé si os pasa el mismo, pero yo noto que, por poco que me descuido, me olvido que mi primer deber como provincial de mis frailes, y también como presidente de la URC, es el de aprovechar para que Dios se haga visible en el interior de nuestras comunidades y en nuestros encuentros, porque aquello que es central en nuestras vidas no se dé simplemente por supuesto o por sabido, porque todo compartir empiece siempre desde Él.
Visibilidad y misión
A este nivel de nuestra necesaria visibilidad, creo que también nos sería saludable una reflexión en torno a nuestros campos de misión. Hubo un tiempo en que el servicio se interpretaba y se vivía como un gesto religioso. En una cultura hija de la Iglesia, que, a pesar de todas sus incoherencias, giraba en torno a la eucaristía dominical y tenía el evangelio como relato básico, educar, tener cuidado de los enfermos, acoger forasteros, dar de comer o techo a quien no tenía, se entendía en el contexto de aquello que hace visible un Dios que, en palabras de san Pablo, se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza (cf. 2Co 8,9). Por eso el gesto de servicio iba tan a menudo unido a un testimonio de vida según los consejos evangélicos.
Ciertamente que nos tenemos que felicitar que estos aspectos de la fe bíblica hayan penetrado tanto en nuestra cultura que hoy consideramos que el propio estado tiene un deber en este sentido, y que nos indignamos cuando quienes tienen autoridad miran por el propio interés en vez de servir. Pero esto nos ha dejado en una situación extraña a nivel de nuestra misión de fondo de hacer visible Dios. Me pregunto a menudo cuál es el precio que pagamos por nuestra dependencia de dinero público en tantas de las obras en que trabajamos. Como mínimo, nos obliga a introducir criterios y formas de valorar que no siempre son coincidentes con las del evangelio.
Por poner un ejemplo, he conocido magníficos asistentes sociales. Pero siempre me ha inquietado la manera en que la gestión de dinero del estado los convierte, lo quieran o no, en un tipo de “jueces de los pobres”, que deciden quién es digno de ser ayudado y quién no. Por poner otro, como veíamos en el ejemplo con el que he empezado, el estado moderno a menudo adquiere un tono profundamente moralizador. Pero no siempre desde la Iglesia podemos estar de acuerdo con las “catequesis” del estado. Ahora bien, dependiendo como dependemos de su dinero, ¿realmente nos podemos negar a ser correa de transmisión de su discurso? El dinero del estado nos permiten llegar a muchos lugares, atender más cantidad de gente. Pero ¿no condicionan con exceso la manera como lo hagamos? Al final ¿buscamos hacer visible a Dios o salvar nuestras propias “marcas” escolares o asistenciales? Si estamos atentos, creo que se dibuja la necesidad de un cierto ejercicio del consejo evangélico de la pobreza, con los límites que comporta, si realmente nuestra misión tiene que poder hacer visible al Dios de Jesús. A veces también identificamos demasiado pronto visibilidad con presencia en los medios de comunicación. También los medios de comunicación hoy son profundamente moralizadores, también nos pueden hacer pagar un precio alto a nivel de discurso y, por lo tanto, de aquello que realmente hacemos visible, por las contadas veces en que conseguimos que nos hagan aparecer en positivo.
No querría ahora parecer que voy de revolucionario. Ni por talante ni por los lugares que ahora ocupo no lo sabría ser. Posiblemente tenemos que estar especialmente atentos a la manera en que servimos, y ser capaces de afirmar nuestra libertad de seguir el evangelio cuando los criterios no sean coincidentes. Es curioso en la Sagrada Escritura como Dios castiga el rey David por haber hecho un censo (cf. 2Sa 24). Quizás se nos está diciendo que no nos toca a nosotros funcionar por estadísticas, ni valorar nuestro trabajo por aquello que se puede cuantificar. Solo por tu amor te perdonarán los pobres el pan que les das, decía san Vicente de Paúl. Siempre me ha chocado la comprensión profunda de pobre que respira esta frase. Nos invita a estar muy vigilantes sobre la forma que damos a nuestra misión, y ser conscientes de las trampas que nos podemos encontrar en un mundo que (afortunadamente, repito) ha institucionalizado lo que antes se consideraba ejercicio de la caridad. Es importante encontrar nuestro propio estilo según nuestros propios criterios, pero si no lo acompaña un discurso propio y que sea explícito sobre Dios, y específicamente sobre el Dios de Jesucristo, difícilmente establecerán el interrogante que en un mundo como el nuestro estamos llamdos a ser.
Despedidas y agradecimientos
Pasando a temas más de organización de la propia URC, hoy es día de agradecimientos. Nuestro secretario, el jesuita Llorenç Puig, tiene que dejar este cargo por necesidades internas de la Compañía. Ha ocupado el lugar durante dos años. Creímos que el trabajo que había que hacer, después de la larga etapa del hermano marista Lluís Serra, era repartir trabajos y crear dinámicas de equipo, encarando un futuro en que difícilmente se puede pensar que algún instituto pueda destinar algún miembro a trabajar para la URC a tiempo completo. Creo que el trabajo se ha hecho con éxito. Con tenaz sencillez o con humilde tenacidad, Llorenç ha generado dinámicas de equipo en los ámbitos de la comunicación (con nuestra trabajadora Olga Sánchez y Montse Punsoda de Animaset), la formación (con sor Maria Teresa Brull y el hermano Lluís Agustí) y la administración (con la hermana Maria Rosa Olivella). Estamos ya hablando con un posible nuevo secretario. Siguiendo lo que dicen los estatutos, esperamos poder pedir vuestra ratificación en la asamblea del otoño.
También a causa de un traslado deja la junta la hermana Asun Mato, salesiana. Ha sido un tiempo breve, creo que un año. Nuestro agradecimiento por la disponibilidad y por la participación en la vida y el discernimiento de la junta. Como que hemos sabido de este traslado muy recientemente, no hemos tenido tiempo de sondear candidaturas para sustituirla. Pero esto nos ha hecho pensar en cambiar un poco los métodos. Hoy os haremos una consulta para que indiquéis posibles candidatas. Así tendremos nombres a quienes proponérselo de cara a la asamblea del otoño.
La canonización de san Carlos de Foucauld
Finalmente, querría hacer mención a un hecho reciente que en cierto modo está en el fondo de la reflexión que os estoy compartiendo. El día 15 de mayo fue canonizado en Roma Carles de Foucauld. A pesar de que en la última etapa de su vida desde un punto de vista canónico era sacerdote diocesano, no ha dejado de ser una fuente de inspiración a lo largo del siglo XX y hasta la actualidad, para muchos religiosos de varias familias espirituales. Tengo que reconocer que es un personaje que a la vez me atrae y me agobia un poco. Su itinerario tiene un punto de tortuoso: del ateísmo a la trapa, de la trapa a servidor de las clarisas de Nazaret, y de aquí a sacerdote solitario en medio de los musulmanes del desierto del Sáhara. Pero se asemeja en esto a algunas de las pocas vocaciones que llaman hoy a nuestras puertas. A menudo ya no son jóvenes, y llevan itinerarios de investigación complejos antes de decidirse por la vida religiosa. San Carlos de Foucauld se va al desierto con el Santísimo Sacramento, optando por una presencia contemplativa que despacio se va abriendo a la amistad como forma de visibilizar entre quienes no lo conocen aquel Jesús a quién él adora en la soledad de su ermita. Lejos de todo afán de contabilizar el bien que pueda hacer, desde su pobreza comparte lo que tiene y lo que es, centrando su espiritualidad en el abandono en Dios. Todos hemos rezado alguna vez con aquella plegaria suya donde se pone en sus manos. En un mundo que, como dicen los carteles del ayuntamiento con que he empezado, considera que hay que buscar ser visible y poderoso y si buscar curar las heridas con celebraciones del orgullo, él nos recuerda que nuestra postración es el medio más poderoso que tenemos de unirnos a Jesús y de hacer el bien a las almas. Ojalá también nosotros encontramos el camino para hacer visible el Dios que, a pesar de ser todopoderoso, ha querido curarnos mostrándose humilde y pobre.