(Carolina Benavent, Pureza de María) Querida Madre,
¡Cuántas veces nos hemos dirigido hacia ti! Cantando, en el rezo del rosario, en la oración silenciosa o en el grito de una petición.
Tu presencia ha estado presente en nuestra Congregación desde sus comienzos, en el nombre de un colegio “La Pureza”; la devoción del pueblo mallorquín a su patrona, Nuestra Señora de Lluc; la piedad familiar de Alberta Giménez, nuestra Madre y Fundadora; en sus escritos literarios y espirituales; en el nombre de nuestra Institución y de muchos de nuestros colegios “Pureza de María”.
A lo largo del tiempo, esta devoción y cariño hacia ti, ha ido creciendo y nos ha ido uniendo como familia, como cuerpo.
Hoy sigues estando presente en cada niño, joven, persona que está vinculada con nosotros. Te sentimos cercana, materna, fraternal, humana porque eres Madre, intercesora siempre acompañándonos.
Gracias porque estás en cada madre que quiere lo mejor para su familia, en esos abuelitos que suplen con mucho cariño y alegría el tiempo que sus padres quizá no les pueden dar.
Gracias porque estás en ese maestro que hace lo imposible porque su alumno con alguna dificultad pueda aprender.
Gracias porque estás en ese niño y en ese joven que desea crecer y a veces no acierta cómo o está falto de lo más importante.
Gracias por tu presencia en las hermanas, en las más mayores por su “sabiduría y fidelidad en lo pequeño”, en las enfermas porque eres “salud y alivio”, en las jóvenes por su “decisión y valentía”. En todas porque nos quieres y nos llamas a vivir la filiación y la fraternidad. “Virgen piadosísima, sed mi Madre por toda la eternidad”. (Pens. 306, M. Alberta).
Gracias por ser inspiradora de nuestro carisma, como don del Espíritu a la Iglesia a través de la experiencia de Alberta Giménez que acogió con confianza y humildad la voluntad de Dios mediante la misión de educar.
Gracias Madre porque cada día nos enseñas a ser discípulas de tu Hijo Jesús, siendo portadoras de su Evangelio y testigos de su Resurrección donde parece que no brota la vida.
“Qué nuestra Purísima Madre sea el imán de nuestros corazones”. (Pens. 314, M. Alberta)
Tu hija.